En la época prehispánica el maíz era parte vital de la
economía mesoamericana y entorno a su cultivo crecieron grandes y muy prosperas
civilizaciones. Tan generalizado entre todos los
agricultores el cultivo de maíz que por ejemplo se conoce que
dentro de las leyes de los Aztecas en cualquier campo sembrado de maíz cerca
del camino los caminantes podían libremente tomar mazorcas pero solo dentro de las
primeras cuatro hileras y únicamente para comer, no para comercializar que
sería castigado con la muerte. El cultivo de maíz también era una parte central
de las tradiciones al grado de ser divinizado e incluso fomentar el estudio del
clima hasta dar con el calendario para conocer los tiempos adecuados para
sembrar.
La dieta con base en el maíz persiste en muchas comunidades y regiones desde
el elote mismo o en tortillas, tacos, gorditas, tamales, enchiladas, garnachas, pozole, chalupas,
sopes, hasta en molotes, tlacoyos y tlayudas por mencionar algunos platillos menos conocidos.
Este cultivo tenía una amenaza, una enfermedad del maíz, un
hongo que en náhuatl es chahuitztli degenerando la palabra a un término más
fácil de pronunciar por los españoles pasando con la conquista a ser conocido
como chahuistle.
Una verdadera tragedia era entonces que un cultivo fuera
atacado por este hongo y de ahí hasta nuestros días la expresión de catástrofe
con la sentencia: Ya te cayó
el chahuistle.
¿Qué hacer ante tal adversidad? Es de esperarse que para
proteger los cultivos de maíz de esta catastrófica amenaza surgieron rituales para verse favorecido por los Dioses,
pero de todos modos el hongo seguía atacando cultivos causando desgracias que
tenían en constante preocupación a los agricultores y a toda la sociedad en su
conjunto.
Ante la impotencia de este continuo y devastador suceso, que con rituales y
sacrificios más sofisticados de todos modos persiste el riesgo y su demoledor
desenlace, surge la necesidad de hacer algo diferente, algo más contundente al
grado de combatirlo con una terminante acción que pareciera la ironía de lo
inverosímil; quemar la cosecha.
Tan pronto como la comunidad de agricultores se percataban que un cultivo de maíz
era atacado por el chahuistle, sabiendo que una vez afectado un cultivo todos
los cultivos vecinos corrían
con la misma suerte, a alguien se le ocurrió la genial idea de quemar esa
parcela.
Obvio
es que el agricultor dueño de ese cultivo protestó enérgicamente ante la comunidad enardecida. ¿Cómo
que van a quemar mi cosecha?, esto sería una segunda desgracia, primero ya me cayó
el chahuistle y ahora quieren quemar mi parcela, eso será mi ruina. Este trágico
proceder proporciona la tranquilidad para el resto de agricultores pero la
catástrofe para uno, así que todavía no era la medida adecuada por lo que la necesidad
de seguir ideando medidas de solución permaneció hasta que a alguien se le
ocurrió trabajar en equipo.
En este
principio de mutualidad se percataron que le podía haber tocado a
cualquiera, que el problema no es de uno sino de todos, es problema de la
comunidad, de los agricultores en su conjunto como sociedad, no es problema de
uno sino de todos, por tanto entre todos deberían solucionarlo en vez de
lamentar la ira de los Dioses. Ahora en vez de abandonar al agricultor afectado
y lamentarse de la desgracia en la región, en vez de huir del problema, se repartieron
la responsabilidad.
Bien sabemos que una vez que el chahuistle aparece, pronto
todos los cultivos contiguos se
verán afectados y al quemar tu cosecha no quedarás en la ruina, como compensación a tu sacrificio
por el bien de la comunidad, mutualidad,
todos te daremos una pequeña parte de nuestras cosechas para compensar tu pérdida y
así nadie pierde todo y todos aportamos
un poquito, nadie se queda sin nada y todos participamos ante tal adversidad. Este es el nacimiento del seguro por
su principio de operación, que los expuestos a un mismo riesgo participan
proporcionalmente para reparar la pérdida y si la distribución se hace en mayor
número de personas menor será la participación de cada uno.
Con esta medida de participación colectiva y activa ante la
desgracia de uno, la comunidad prosperó sin los efectos y secuelas de esta devastadora catástrofe, y
ante tal opulencia de la región no por la eliminación de la amenaza sino por la
medida de minimizar la pérdida,
pronto se generalizó la
notica del método de enfrentar la adversidad.
Prevalece hasta nuestros tiempos, en algunas empresas por
ejemplo, se ha institucionalizado el descuento de cierta cantidad en el pago
del sueldo por cada empleado que fallece, y así todos aportan un poquito y
aminoran la desgracia económica de la viuda.
Esto es precisamente el principio de operación
de los seguros en general. Las compañías de seguros, con la supervisión del
estado, del gobierno, específicamente
de la Secretaria de Hacienda y Crédito Público por medio de la Comisión
Nacional de Seguros y Fianzas, administran las aportaciones de quienes deciden
participar (asegurados) en esta medida (póliza de seguro) de aminorar la
desgracia (pago de la suma asegurada) ante un suceso devastador (riesgo motivo
del seguro) desde perder la vida en los inicios de la etapa productiva hasta en
la edad avanzada de la vejez, los gastos para enfrentar los costos de algún
padecimiento en la salud hasta controlar la afección y/o recuperar la salud,
reparar o reponer los bienes como el auto, la casa, la fábrica u oficina,
incluso garantizar que se dispondrá de determinada cantidad de dinero en
determinado tiempo para fondear algún proyecto desde la fiesta de XV años, los
estudios universitarios, la boda o el inicio de la jubilación.
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